sábado, 12 de marzo de 2011

LAS PELÍCULAS DE WONG KAR-WAI: "EL SABOR DE LA NOCHE" (My blueberry nights)

Reflejos en cristales empañados


Por Marcela Gamberini

 “A veces la distancia tangible entre dos personas puede ser corta pero la emocional puede ser enorme. My Blueberry Nights es una mirada a esas distancias desde varios ángulos. Quería explorar esas extensiones, tanto figurada como literalmente, y el esfuerzo que cuesta salvarlas.” Wong Kar-wai 

El sabor de la noche le propone al espectador un viaje, como casi todas las películas de Wong Kar-wai. Un viaje a través del amor plagado de encuentros y desencuentros, un recorrido melancólico y profundo acondicionado por una música que acompaña el transcurso del film con coherencia y belleza. La película podría haber sido una canción cantada por Norah Jones, quien a la vez la protagoniza. Reflejos en espejos, cristales, vidrios empañados, que dan cuenta de un juego de representaciones que deja ver el acontecimiento, lo que sucede, siempre “a través de”, nunca directamente.
Obvio es que el cine es movimiento. Y en esta película el movimiento es central. Todo y todos se mueven constantemente, dibujando una cadencia hipnótica que no sólo apela al puro goce sensorial sino que apuesta a una narración también en movimiento. La cámara de Wong Kar-wai siempre es móvil, ya sea dentro del mismo encuadre o en el proceso del montaje. Las imágenes se fugan todo el tiempo hacia afuera, en un movimiento cadencioso, en las idas y venidas de una cámara que registra a través de vidrios empañados, escritos, sucios, una cámara que busca su eje, su centro, y no lo encuentra hasta el final. Estos encuadres móviles justamente no oprimen a sus personajes, sino que los liberan haciendo que en la historia que se cuenta estén en constante viaje, alargando u acortando distancias, entrando y saliendo. Encuadres que permiten que sus personajes respiren, desdibujando contornos y límites, yendo siempre un poco más allá.
El viaje de la protagonista, Elizabeth –encarnada por la bella Norah Jones– a través de Nueva York buscando y buscándose está registrado casi magistralmente por Wong Kar-Wai. Es un viaje también de las imágenes que, dinámicas, todo el tiempo se mueven cruzando espacios y franqueando límites. Las fronteras se quiebran, las de las imágenes de la película y las de la protagonista. Las distancias se acortan o se hacen cada vez más profundas. Elizabeth se fuga todo el tiempo y las imágenes que la acompañan también. Una imagen que busca su centro tal como su protagonista, ambas en constante vaivén. Este vaivén es el vaivén de la historia que se cuenta, nada más ni nada menos que una historia de amor, de pérdidas y de búsquedas, de encuentros, desencuentros, canciones y comidas. Una historia donde el placer de lo inmediato está puesto en primer plano. El gusto de saborear ahora esa torta que nadie come y que ella se anima a probar, el placer de un cigarrillo convidado y fumado en un atardecer, la seducción que ejercen las miradas entre sí cuando de veras se encuentran, la atracción de las apuestas en ese vértigo que propone el juego de cartas donde se gana o se pierde todo, el reencuentro con el alcohol después de años de abstinencia y el gusto que baja fuerte por la garganta ya desacostumbrada.
En ese viaje Elizabeth se encuentra con un hombre que ha perdido a su esposa, con una mujer que ha perdido a su marido, con otra mujer que juega a las cartas y en ese jugar se le va la vida y pierde no sólo dinero sino al padre. Claro, Elizabeth ve, registra, intercede, se involucra, gana y pierde, como en un juego de azar. Los personajes, todos, tienen el corazón roto, víctimas de amores que frustran el alma y carcomen el cuerpo. De víctimas pasan a victimarios, como si fuera un juego de roles donde cada uno va ocupando sucesivamente el lugar del otro. El amor como una fuerza centrífuga arroja a los protagonistas fuera de la historia, los abandona en la ruta, en un bar, en el casino para que encuentren o se encuentren ellos mismos. Son cuerpos solitarios en constante movimiento que nos recuerdan el ir y venir del personaje femenino de Deseando amar por esas calles laberínticas y fantásticas.
Es interesante ver cómo son los personajes femeninos los que se mueven todo el tiempo. Mujeres nómades y hombres más bien sedentarios. Un universo de mujeres que buscan y recorren territorios, mujeres que apuestan y ganan o pierden, mujeres que engañan y son engañadas. Ellas encarnan el deseo como detonante del devenir. Desean viajar, amar, ganar, apostar y se juegan por y en ese deseo. Estas mujeres de alguna manera rompen con la cadena de la tradición, con el lugar que socialmente tienen establecido. En este caso la mirada del director deja entrever cierta apuesta ideológica interesante. Las mujeres contra lo socialmente establecido. Ellas son las que abandonan el matrimonio, las que juegan a las cartas, las que viajan solas en carreteras perdidas y desoladas. Wong Kar-Wai sugiere una preeminencia del universo femenino sobre el masculino, a contrapelo de la tradición. En cambio los hombres aparecen como más quietos. El personaje masculino de Jeremy, encarnado por un lindo Jude Law, es el dueño del bar, está allí y ve y escucha historias, y las vive a través de los otros, de las llaves que sus clientes se olvidan, pero lo cierto es que no se mueve de ese lugar; tampoco se mueve el personaje de Arnie (David Strathairn) que es abandonado por su mujer, se emborracha y después muere. Las mujeres bailan alrededor de los hombres en una melodía sutil y desgarradora. Los hombres quietos esperan que ellas vuelvan, toman alcohol o fuman un cigarrillo.
Dice Wong Kar-wai en una entrevista: “Escribo con imágenes. Y para mí, lo más importante de un guión es saber en qué lugar va a desarrollarse; porque si ya sabes eso puedes decidir lo que hacen los personajes en ese espacio. El espacio incluso te dice quiénes son los personajes, por qué están allí”. Efectivamente, en El sabor de la noche los lugares definen a los personajes que los contienen. Bares, carreteras y casinos son los espacios elegidos en esta película. No aparecen casas, no hay interiores, nada que se pueda asociar a la idea de pertenencia, de identidad. Los espacios son públicos, son transitados, recorridos; espacios que imponen distancias, que no permiten la intimidad. Los personajes hacen el espacio, no al revés. No pertenecen a ningún lugar, no tienen nada, son solitarios y desposeídos y esos son los espacios que ellos construyen, lugares de paso, espacios de tránsito, como sus propias identidades. Tampoco hay claras referencias temporales. No se sabe si es de día o de noche, si transcurrió mucho o poco tiempo. El tiempo y el espacio en Wong Kar-Wai son subjetivos, se construyen o se recorren, no se habitan. Los personajes son como los espacios, buscan una identidad y una entidad que aún no tienen.
La música es, en casi todas las películas de Wong Kar-Wai, visual; acompaña el movimiento de las imágenes y además está en completa consonancia con lo que se cuenta. Dice Wong Kar-Wai que “la música es como un color, es como un filtro que tiñe todo de un tono diferente”. En este caso la música, melancólica y bella, refuerza el tono rojizo que atraviesa la pantalla volviendo la historia más perturbadora y profunda. Un detalle interesante es que en alguna secuencia y sobre el final del film, se escuchan los acordes de la inolvidable canción que se interpretaba en Con ánimo de amar. Pareciera que Wong Kar-Wai retomara aquella historia filmada ocho años atrás para resignificarla en este nuevo film. De hecho, si aquella terminaba con los amantes separados, en ésta, encarnando una mirada tal vez más esperanzadora, los amantes no sólo terminan descubriéndose juntos sino que directamente, a través de la voz en off de la protagonista, nos invita a cruzar del otro lado de la calle, a encontrarnos y a identificarnos. Nos invita a acortar distancias, a estrecharlas, a descansar –como Elizabeth dormida con la cabeza sobre el mostrador– y disfrutar de aquello que se nos presenta en ese momento.
En El sabor de la noche Wong Kar-wai pone las imágenes en crisis, imágenes sucias, fragmentadas, imágenes de video que se reflejan en la cámara de seguridad del bar, imágenes que se ven a través de vidrios escritos, empañados. En las secuencias en el bar casi nunca vemos a Elizabeth y a Jeremy directamente, sino a través de espejos, reflejados en cristales borrosos. También aparecen planos de tortas que se funden con helado, de amaneceres, de trenes; estos planos cruzan y rompen no sólo la ya arcaica pureza de las imágenes sino el hilo de la historia. Como pequeños guiños, pensados como ingredientes que perturban, estos encuadres invaden la cabeza del espectador sugiriendo otras historias, como un juego de muñecas rusas, una dentro de la otra. Pareciera decir Wong Kar-Wai que los reflejos son siempre insuficientes y que nunca vemos la realidad directamente, que siempre tenemos la mirada y la voz mediatizada. Que el cine debe reflejar la realidad directamente es lo que está en crisis en el cine de Wong Kar-Wai; sus imágenes móviles y sucias lo testifican. La puesta en crisis es, para este autor, uno de los modos posibles de estar en el mundo. En su cine, y particularmente en El sabor de la noche, no sólo su sistema de representación está en crisis sino también su concepción acerca del amor, de la vida, del destino.  
El sabor de la noche es la primera película de Wong Kar-Wai en Estados Unidos, con escenarios y actores americanos. Y también hay una apropiación de un género que es esencialmente americano como la road movie. Wong Kar-Wai se inserta en el cine occidental, desde la elección de sus actores, de su música, y también desde una concepción del cine netamente norteamericana; la búsqueda de uno mismo, del destino, de la identidad representado por el viaje en esa ruta. Sin embargo, las marcas de autor de Wong Kar-Wai, que vienen mostrándose desde sus primeras películas, son muchas y particulares; su individual manera de filmar atestada por primeros planos y encuadres repletos de objetos sigue vigente en esta película. Wong Kar-Wai no invade el cine de Hollywood, sino que lo visita, se apropia de algunos de sus elementos pero con la mirada puesta en sí mismo y en su personalísima manera de filmar y de ver este mundo en crisis.

Texto tomado de: http://www.elamante.com/content/view/1587/66/ 


sábado, 5 de marzo de 2011

LAS PELÍCULAS DE WONG KAR-WAI: "2046"



El fascinante universo de Wong Kar-Wai

 



  Un aviso antes de empezar: cualquier análisis, estudio, reseña o comentario crítico que quiera hacerse de este monumental experimento cinematográfico está condenado de antemano a quedarse corto, no porque "2046" sea de una especial complejidad o por la amplia variedad de aspectos que merecería la pena analizar con detalle y sobre los que aquí vamos a pasar casi de puntillas por razón de espacio, sino más bien por su peculiar y doble condición. Por un lado, "2046" no es un proyecto normal en el sentido usual del término, sino que es un film que se llevó a cabo de forma paralela al rodaje de la anterior película de su realizador, esa obra maestra llamada "In the mood for love (Deseando amar)" con la que guarda íntima relación sin que tampoco pueda considerársela una secuela –también en el sentido usual del término–. Ampliando ese concepto, "2046" es algo así como la película en la que confluyen todos los elementos que han marcado la filmografía de Wong Kar-Wai, una especie de opera fin de trayecto donde las historias, las claves y los destinos de algunos personajes que han poblado sus anteriores films aparentan llegar a término. Sin embargo, y este es el segundo aspecto a tener muy en cuenta (y mucho más determinante), "2046", pese a ese esfuerzo compilatorio, tiene todo el aire de obra inacabada que su autor ha remontado una y otra vez a lo largo de los últimos cinco años, probablemente siguiendo su propia máxima de que el único tiempo que merece la pena vivirse es el presente, ese presente condenado a escurrirse de entre los dedos de sus personajes continuamente y convertirse en pasado inalcanzable y a la vez deseo del futuro que impide su concreción definitiva. La siempre eterna búsqueda que viven sus personajes también parece ser casi eterna para su autor.
  "2046" se articula alrededor del personaje de Chow Mo Wan (Tony Leung), el protagonista masculino de "In the mood for love (Deseando amar)", al que ahora reencontraremos en distintas etapas de su vida posteriores a aquella frustrada e intensa historia de amor que vivió con Su Li Zhen (Maggie Cheung), la única mujer a la que verdaderamente ha amado y cuyo recuerdo le persigue y determina todas sus relaciones posteriores con hasta cuatro mujeres que representan otras tantas idealizaciones de lo femenino que sólo servirán para confirmarle lo que en el fondo ya sabe. Aparentemente, este Chow Mo Wan es muy distinto del que conocimos en "In the mood for love (Deseando amar)": la timidez y el recato han dejado paso a una monumental máscara de cinismo que esconde las terribles heridas emocionales dejadas por su relación con Su Li Zhen que le cambió para siempre. Mo Wan se ha convertido aquí en una especie de playboy despreocupado, un narcisista conquistador al que no le falta nunca compañía femenina pero que vuelve una y otra vez a ese pasado inaprensible en busca de las sensaciones perdidas. Prueba de ello es ese escenario futurista con el que se abre la película, con ese tren en el que sus ocupantes se dirigen a un mítico lugar llamado 2046 en busca de los recuerdos perdidos, que luego descubriremos no es sino un relato que el propio Mo Wan escribe basándose en sus propias experiencias, deseos y anhelos perdidos... un tren que corre hacia el futuro para encontrarse con el propio pasado, perfecta metáfora de toda la obra, un espacio de la mente del que nadie vuelve nunca, así como nadie puede nunca escapar de sus propios y doloridos recuerdos de amores no correspondidos u oportunidades perdidas, la eterna frustración del amor y el deseo.


  Seremos pues testigos de nuevas evocaciones del pasado de Mo Wan, aunque no tienen como objeto la historia que se narraba en Hong Kong de "In the mood for love (Deseando amar)", sino episodios posteriores con ese retorcimiento del tiempo y el espacio que son tan del gusto de Wong Kar-Wai, que nunca pretende confundir, sino resaltar que mucho más importante que la narrativa lineal convencional es el viaje emocional de su protagonista, al que veremos sucesivamente primero ser abandonado por una misteriosa mujer (que no por azar tiene el mismo nombre, Su Li Zhen, que Maggie Cheung en "In the mood for love [Deseando amar]"), una jugadora profesional interpretada por Gong Li que no es sino la manifestación más cerebral de la identidad femenina, que se dará perfecta cuenta de que representa el fantasma de lo recientemente perdido por Mo Wan; recuperar brevemente una antigua relación amorosa con la bailarina Lulu/Mimi (Carina Lau, que ya hacía este personaje en "Days of being wild", la segunda película de Wong Kar-Wai, en la que también aparecía por primera vez Chow Mo Wan); vivir en el presente una intensa pasión sexual con la ocupante de la habitación 2046 de su hotel, contigua a la suya, Bai Ling (una impresionante Zhang Ziyi) que se enamorará perdidamente de él; y ayudar a la hija del dueño de ese hotel donde se aloja, Wang Jing Wen (Faye Wong) a cumplir su sueño romántico de encontrarse con su enamorado japonés y, de paso, servir de inspiración para ese relato futurista directamente inspirado en ellos donde descubriremos a la androide más humana vista en una pantalla desde los tiempos de "Blade runner". Y sobre el desarrollo de sus relaciones con estas cuatro mujeres planea siempre la pesada sombra de la ausencia de aquella relación pasada con la primera Su Li Zhen.
  Todo esto, que así narrado parece un maldito embrollo, está plasmado con tal inteligencia, elegancia y sensibilidad que el espectador no puede sino dejarse seducir por el fascinante universo de los sentimientos que Wong Kar-Wai pinta en la pantalla con su reconocible y sin embargo inimitable estilo: una puesta en escena indescriptible que juega constantemente con el fuera de campo, superpone unas historias con otras, mezcla planos ralentizados con otros en los que se nos escamotean los rostros de los protagonistas, tomados de espaldas a la cámara o marginados en una esquina del encuadre. Por encima de todo, Kar-Wai mantiene una endiablada habilidad para mantener la atención del espectador sobre el más mínimo detalle de cuanto está desarrollándose delante de sus ojos. Uno no puede perderse en la fascinación que le produce un plano, la vibración interior que consigue la inclusión de una música o el sentido de la composición artística de su director, porque corre el riesgo de perder información valiosísima para comprender detalles que van a surgir con posterioridad en el metraje. Como si de un malabarista se tratara, Kar-Wai mantiene en perfecto equilibrio los hilos que conforman el delicado tapiz al que está dando forma: por momentos, uno tiene la sensación de estar perdiendo la visión de conjunto, guiado en una dirección determinada por el autor, pero sin embargo siempre se vuelve una y otra vez al tapiz, al sutil entramado de interrelaciones entre los personajes, o más bien cabría decir entre el personaje central de Tony Leung y todos aquellos que le rodean, y siempre con ese elegante sello personal que seduce y fascina de manera incomprensible racionalmente, pero que apunta de forma certera al interior de nosotros, pulsando teclas y cuerdas de cuya existencia a veces ni siquiera somos conscientes.
  "2046" habla del amor, por supuesto, pero más que del amor habla de la memoria, de la necesidad de tener un lugar donde guardar o esconder recuerdos, pensamientos, frustraciones, deseos inconfesables, sueños y esperanzas. Desde ese punto de vista es imprescindible no sólo haber visto, sino tener bien fresca en la memoria "In the mood for love (Deseando amar)" para captar en toda su complejidad la impresionante propuesta de este autor con mayúsculas al que algunos acusan bastante injustamente de estar revolcándose en su propio estilo o de ejercer gratuitamente la pedantería, sin entender que, una vez vista "2046", "In the mood for love (Deseando amar)" y ésta guardan una relación indisoluble de tal forma que, por mucho que ambas puedan disfrutarse por separado, "2046" envuelve en su sutil capa a la primera, complementando por oposición el mismo mensaje. Donde "In the mood for love (Deseando amar)" era todo sugerencia y ausencia de contacto, "2046" no escatima sexualidad más o menos explícita y concreción del deseo (a ese respecto, es de destacar el impresionante trabajo de la hermosa Zhang Ziyi, que enamora en una composición atrevida, llena de riesgos que sortea con habilidad); donde "In the mood for love (Deseando amar)" era la búsqueda infructuosa de la realización de un amor imposible, "2046" es la búsqueda infructuosa de recuperar un sentimiento igual de intenso que el que se vivió en algún momento del pasado. Y así sucesivamente. También podría decirse que "2046" es una película sobre las promesas, sobre cómo podemos, en nuestra vana ilusión, pretender que las cosas puedan permanecer invariables, sin cambios, durante toda una vida, ese deseo tan humano de capturar un momento imborrable y tratar de preservarlo para siempre. Podrían decirse tantas cosas…
  Por ejemplo, sería injusto no hacer una mínima referencia a la exquisita banda sonora de la película, una obra excepcional y coherente con las influencias más claramente perceptibles del cineasta: en ella se dan cita, además de las inevitables y suntuosas composiciones del habitual Shigeru Umebayashi (que crea otro tema central inolvidable de gran belleza), piezas de Zbigniew Preisner compuestas para Kieslowski, de Georges Delerue para Truffaut o de Peer Raben para Fassbinder; mezcladas con los temas clásicos que forman parte de la memoria histórica del propio Wong Kar-Wai (la Canción de Navidad de Nat King Cole, Perfidia de Xavier Cugat, Sway de Dean Martin), el Adagio de Secret Garden o el maravilloso aria Casta Diva de la opera Norma de Bellini, una sinfonía de sonidos que se adaptan como un guante al lenguaje cinematográfico del director hasta hacerse indisoluble de sus imágenes. El cine de Wong Kar-Wai se proyecta en la memoria del espectador siempre acompañado de su inseparable banda sonora.
  Tenemos que sentirnos dichosos de que el cine cuente con un autor tan excepcional como Wong Kar-Wai, creador de un universo personal, magnético, en el que el presente está permanentemente atrapado y condicionado por ese pasado al que se intenta regresar una y otra vez de manera imposible y al que siempre se volverá en el futuro, en un eterno retorno, un laberinto lleno de hipnóticas imágenes por cuya belleza nos dejamos arrastrar y seducir sin que nuestra consciencia tenga mucho que decir al respecto mientras las distintas historias de amor y desencuentros que vive el protagonista se superponen y se miran en un frenético juego de espejos inagotable en el que tiene capacidad para reconocerse cualquier espectador que alguna vez haya amado o haya sido amado. Es decir, todos nosotros.

Texto tomado de: http://www.labutaca.net/49seminci/20462.htm 

Este enlace contiene una entrevista a Wong Kar-Way. Para acceder a la primera parte, puse aquí. Para la segunda parte, aquí

Para descargar la banda sonora original, click aquí