viernes, 23 de marzo de 2012

Director invitado: Emir Kusturica. "GATO NEGRO, GATO BLANCO". Francia/ Alemania/ Serbia, 1998

Ficha técnica:

Título original: Crna macka, beli macor
Producción: Ciby 2000/Bayerischer/Filmförderung. 
Productor: Karl Baumgartner. 
Director: Emir Kusturica. 
Guión: Emir Kusturica y Gordan Mihić. 
Fotografía: Thierry Argogast y Michel Amathieu. 
Música: N. Karajlić, V. V. Aralica y D. Sparavalo. 
Vestuario: Nebojša Lipanović. 
Montaje: Svetolik Mića Zajc. 
Intérpretes: Bajram Severdžan (Matko Destanov), Florijan Ajdini (Zare), Branka Katić (Ida), Jašar Destani (Grga Veliki), Adnan Bekir (Grga Mali), Zabit Memedov (Zarije), Srđan Todorović (Dadan), Sabri Sulejmani (Grga Pitić), Ljubica Adzović (Sujka), Stojan Sotirov (Agente de aduanas búlgaro). 
Color - 129 min. 


Gato negro, gato blanco cuenta una historia de gitanos, habitantes de un localidad llamada Sutja, a orillas del Danubio, que comercian con los rusos. El relato se centra en la pactada boda de la hermana de un gángster con el hijo de un contrabandista. Pero la intervención de los entrañables abuelos –capos de las mafias zíngaras– será capital. La anécdota –basada en un hecho verídico: una boda gitana en la que "mantenían vivo" a un abuelo recién fallecido– es lo de menos; lo importante es su segunda lectura y el homenaje explícito a esta histórica y marginada etnia. (Ver, en este sentido, el libro de José Ángel GARRIDO, Minorías en el cine. La etnia gitana en la pantalla. Barcelona: Publicacions Universitat de Barcelona, 2003).


A través de las tres generaciones reunidas, el filme denuncia los pactos contranatura. Pues, si por un lado Kusturica defiende a los viejos –que en su poco creíble narración "resucitarán" al final– y deposita en los jóvenes su esperanza, es la generación intermedia –la corrupta– la que recibe la crítica; ya que identifica a uno de los hijos como criminal de guerra. El historiador Esteve Riambau se extendió en esta interpretación: «Son, sin embargo, esas impactantes metáforas visuales surgidas de un mundo delirante y barroco las que confieren el definitivo atractivo a Gato negro, gato blanco . Hasta tres o cuatro acciones superpuestas en un mismo encuadre hacen progresar la película al ritmo frenético de la música zíngara que habría dado pie a lo que en principio debía ser un simple documental llamado Música acrobática. Ese mismo concepto persiste, no obstante, en un largometraje de ficción cuyo estilo sería traicionado si fuese simplemente definido como felliniano o buñueliano. Kusturica ya no necesita de comparaciones para perfilar un universo singular en el que los cerdos devoran coches, los músicos tocan mientras están atados en distintos niveles de los troncos de un árbol y los patriarcas viajan en sillas de ruedas que parecen carrozas de carnaval y se saben de memoria el final de Casablanca ». (Fotogramas , enero 1999. Vid. asimismo su clarificadora entrevista con Kusturica: "Paisatge després d’una guerra”, en Avui , 22-I-1999).


Por otra parte, su cariño por los gitanos es evidente. Dejemos que hable de nuevo el propio realizador: «Es un pueblo que conozco muy bien porque los primeros años de mi vida los pasé en Sarajevo jugando con niños zíngaros. Son gente de un sentido estético admirable, aunque bordea el kitsch, y me han influenciado muchísimo. Creo que podríamos aprender mucho de este pueblo, que no necesita las armas para ser feliz, que con su sola existencia demuestra que hay una forma alternativa de vivir la vida. Yo me resisto también a pensar que el bienestar a la occidental y Microsoft sean lo máximo a que aspirar. Se trata de un pueblo que es capaz de ofrecer una alternativa a nuestra sociedad, a una sociedad cuyos valores no me gustan. Cuanto más los veo vivir, cuanto más los escucho, más fuerte es la impresión que tengo de estar en un universo paralelo, un universo que nos observa. Cuando me cruzo con un gitano que habla con un móvil tengo la impresión de que el Siglo XX saluda a la Edad Media. Los que actúan en la película, todos ellos amateurs, viven en una ciudad de 70.000 habitantes, todos ellos gitanos, cerca de Skopje, con sus reglas y sus organizaciones propias».

Sin duda, estamos ante una de las obras vanguardistas –romántica y surrealista, a la vez– que constatan mejor, humana y artísticamente, el fin del segundo milenio. De ahí que el maestro Kusturica abriera el siglo XXI con otra pieza de excepción: La vida es un milagro (Život je čudo, 2004), otra fábula de amor en tiempos de guerra. Es obvio que el genial cineasta bosnio sigue en forma como creador y humanista de la pantalla.

Texto extractado de: http://cineasta.casadelest.org/esp/template_permalink.asp?id=94


Para descargar la banda sonora de la película, a cargo de la banda de Kusturica, la No Smoking Orchestra, click aquí



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