Van Gogh, Picasso, Erice, Rembrandt, Vermeer, Pollock… todos tienen su momento de gloria en el cine. Le tocó el turno, esta vez, a alguien más modesto, pero no por ello con menos talento. Detallista puesta en escena la de Provost, que puntea visualmente el talento que lucha por salir de la prisión mental del artista, no importa los obstáculos que la vida imponga. Aún queda la historia para abrazar a estos seres con ángel. Séraphine rompe en cierta forma con la maldición del tibio éxito de biografía de pintor. Quizás porque su responsable, Provost, ha dotado a la cinta de autenticidad, de alma femenina herida, -en sintonía con la cinta dedicada a Camille Claudel-, de la mirada lacerada de Yolande Moreau.
Talento y pasión
Le tocó el turno, esta vez, a alguien más modesto, pero no por ello con menos talento. Figura más desestimada debido a una serie de factores de época, su condición de género, y de humilde posición social, además de lo decisivos que resultaron los revueltos tiempos polícitos de principios del siglo XX. Todo ello dió al traste con lo que podría haber sido una fructífera labor pictórica. Frágil situación para una frágil mente como la que nos descubre el director, actor y guionista francés, Martin Provost, con Séraphine, arrasadora cinta que se llevó 7 Césares en la gala de este año de los Oscar Franceses. Admitimos y aplaudimos todas las razones de los premios.
Rodeado de un grupo de sobresalientes actores, Yolande Moreau, con una larga experiencia a sus espaldas, Ulrich Tukur, no mal plantel fílmico -La vida de los otros, Solaris, Amen- o la suiza Anne Bennent, con un correcto curriculum, Provost a construido una delicatessen cinematográfica, un poético y elegante artefacto del tipo que escasea en los cines, un convincente y penetrante trabajo en el que todas las piezas destacan por su excelsa labor, como el hermoso y noble resultado fotográfico de Laurent Brunet, en interiores y exteriores, con un fin; mostrar la comunión existente entre esta primitiva y naif mujer y la naturaleza, en la que encuentra su inspiración, su vida, su paz, arrebatando la película de una estética única y un extraño aliento emocional. Detallista puesta en escena la de Provost, que puntea visualmente el talento que lucha por salir de la prisión mental del artista, no importa los obstáculos que la vida imponga. Aún queda la historia para abrazar a estos seres con ángel. Está claro que un siglo después de la miserable vida de Séraphine, es sobre ella, y no sus correligionarios, (aunque bien podría hacerse otra película aparte referente a su mecenas, el más que interesante Wilhelm Uhde, uno de los primeros descubridores de Picasso, Henry Rousseau, o Delaunay) que la maquinaria se pone en marcha para realizar una película, así como su escasa obra es homenajea en los museos.
Séraphine rompe en cierta forma con la maldición del tibio éxito de biografía de pintor. Quizás porque su responsable, Provost, ha dotado a la cinta de autenticidad, de alma femenina herida, -en sintonía con la cinta dedicada a Camille Claudel-, de la mirada lacerada de Yolande Moreau. No ha restado protagonismo a la pintora, con la por otra parte, interesante presencia de Wilhem Uhde, mecenas de mirada sabia, que a pesar de la imaginarias piezas sobrescritas acerca de aquellos momentos de descubrimiento, plasman a la perfección los destellos posados sobre la atormentada Séraphine que pudo captar este hombre, a priori, bastante frío.
Delicada es la performance de Yolande Moreau como Séraphine Louis (1864-1942), una humilde criada, de muy escasos recursos, y enorme misticismo, que conseguía pintar por la noche, a la
Comentario [1]:
luz de las velas, y en condiciones muy precarias. Llama la atención su inteligente manera de fabricar sus pinturas, mediante una mezcla de elementos naturales y sintéticos, como pintura de escasa calidad junto a arcillas o ceras arrebatadas de las velas de la iglesía. Sin apenas educación, su talento demuestra una visionaria concepción de la pintura, que llega a hermanarse en algunos trazos con la pintura de Van Gogh. El realizador francés ha procurado mostrar la explosión de la naturaleza, los bellos parajes del entorno de la artista, así como un cuidado detalle en la escenografía, y vestuario, lo que demuestran que con sobriedad se puede lograr un escenario creíble.
Pausadamente, metódicamente, el film cuenta el descubrimiento de Uhde sobre los pequeños cuadros que pinta la madura mujer que limpia su casa alquilada en una beatífico paraje francés, Senlis. Este crítico y marchante de arte alemán compra los primeros trabajos de Séraphine, pero la inminente I Guerra Mundial da al traste con esta relación. Uhde no vuelve a Senlis, y se instala en Chantilly al finalizar la guerra. Casi quince años transcurren hasta que vuelva a ver a Séraphine, quién ha mejorado su técnica pictórica, pero no su precaria situación. Es entonces cuando Uhde se convierte en su mecenas, y le proporciona ayuda económica para desarrollar su arte. Pero de nuevo la situación social, la crisis de 1929, dará otro revés a la mujer, cansada y muy deteriorada mentalmente.
En la segunda parte, pasada la I Guerra Mundial, Provost aposta más personajes secundarios, como el amante de Uhde, la hermana que adquiere más importancia, las vecinas de Senlis que nunca tomaron en serio a tan extraña mujer, así como pasa de puntillas por el pasaje que oscurece los hechos, el abandono de Séraphine por parte de Uhde durante tantos años.
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