martes, 27 de noviembre de 2012

Oda al American Way of Life. FELICIDAD (Happiness). Estados Unidos, 1998.


FICHA TÉCNICA

Título original:  Happiness
Dirección y guión: Todd Solondz. 
Producción: Ted Hope, Christine Vachon. 
Fotografía: Maryse Alberti, en color. 
Música: Robbie Kondor.
Dirección artística: John Bruce. 
Montaje:Alan Oxman. 
Intérpretes: Jane Adams (Joy Jordan), Jon Lovitz (Andy Kornbluth), Phillip Seymour Hoffman (Allen), Dylan Baker (Bill Maplewood), Lara Flynn Boyle (Helen Jordan), Justin Elvin (Timmy Maplewood), Cynthia Stevenson (Trish Maplewood), Louisse Lasser (Mona Jordan), Ben Gazzara (Lenny Jordan), Camryn Manheim (Kristina).

RESEÑA

Vidas estrelladas

Una ácida mirada estrábica

Ya en este mismo estudio, en el artículo correspondiente a La tormenta de hielo (The Ice Storm, 1997. Ang Lee), comento la cierta tendencia del cine de los noventa norteamericanos en los que un buen número de guionistas y realizadores, de Altman a Allen, pasando por Lee, Clark e incluso Alex de la Iglesia en su esquizofrénica Perdita Durango (1997), se habían dedicado a tirar por tierra toda visión de una Norteamérica firme, moral y religiosa (católica, protestante o lo que más le convenga a cada uno), tumbando una escala de valores que parecía plenamente consolidada a ojos externos y que los propios cineastas autóctonos habían decidido mostrar su podredumbre interna. El que el pasado año el cineasta Michael Moore llegara a cotas máximas de ataque y derribo con la espléndida Bowling for Columbine (Ídem, 2002) no es más que el reflejo de un descontento latente en la sociedad no lobotomizada estadounidense, y en consecuencia, siendo los EEUU el país que rige el mundo, todas las sociedades del planeta se han encontrado reflejadas en ella, descubriendo dentro de sí mismas, las mismas fallas y deformidades que habitan en el país, que quieran o no, han de idolatrar. Bowling for Columbine es un documental, es decir, es la máxima expresión de la realidad que se debería poder obtener fílmicamente. Es un retrato en vivo de, eso sí, una parte desquiciada de la sociedad norteamericana que pone de relieve la estupidez inducida a la gente de a pie que han programado gobiernos, instituciones, medios de comunicación, etcétera.

Tod Solondz no es un documentalista, más bien todo lo contrario, es un cineasta que tiende a estilizar sus formas hasta que ellas mismas se devoren unas a otras. Sus personajes nacen de la realidad para después crecer haciendo patente su patetismo exhacerbado, y Solondz lo estira hasta que el reflejo estrábico de la cámara lo convierta en una ficción descontrolada. Cómo si llevara un paso más allá la realidad, para que podamos divertirnos con ella, aún a costa de un humor malsano y absurdo, esa clase de humor que uno sabe que posee o padece aún sin saber por qué, o si es lícito reírte de ello. Solondz dibuja situaciones que campan a sus anchas por la frontera entre el mal gusto y el humor negro, o visto de otra manera, entre el drama más exagerado y la comedia burda, quedando de ello, una pieza de una exactitud pareja a la de una bomba de relojería. Sus tres films hasta la fecha: Bienvenidos a la casa de muñecas (Wellcome to the Dollhouse, 1995), Happiness y Storytelling (Ídem, 2001) sin ser un ejemplo claro de evolución, si son una puesta a punto de las distintas etapas vitales –juventud, madurez y adolescencia, respectivamente–, crueles reflejos de unas realidades estilizadas que acaban por desconectar la escala de valores del espectador, al hacerle partícipe de un chascarrillo, que de tan mal gusto, acaba convirtiéndose en la mejor y más cruel de las bromas.

En Storytelling el personaje interpretado por Paul Giamatti es un realizador de documentales frustrado -cómo el 99% de los personajes de Solondz- que quiere realizar un documental sobre el paso de los jóvenes a la hora de llegar a la Universidad, y hay un momento que cita en el film a los sucesos ocurridos en la escuela de Columbine. Solondz y Moore, así, sin saberlo, se dan la mano ante la misma preocupación, aunque luego, sus opciones estéticas sean diferentes, mientras Moore graba en vivo a parte de los protagonistas indirectos de la tragedia, Solondz perfila personajes que cualquier día podrían hacer una locura semejante a la de Columbine.

Más vidas cruzadas

Cuando uno ve Happiness por primera vez -una sensación digna de experimentar y que a poder ser debería ser en su versión original(1)- a uno le cuesta un poco digerir lo visto. Solondz ya había avisado en Bienvenido a la casa de muñecas, donde la joven protagonista recibía un palo detrás de otro hasta acabar con toda ilusión de un happy end posible (una constante en Solondz). Happiness llegó así cómo la versión hardcore del Vidas cruzadas (Short Cuts, 1993) de Robert Altman. El film de Solondz arranca a varias millas éticas más alejado del film de Altman, y, cargada con toda la mala uva que se pueda tener, deja por tierra otras propuestas tan ácidas e interesantes cómo la de Ciudadano Bob Roberts (Bob Roberts, 1992) de Tim Robbins, cualquiera de los films de Larry Clark (de Kids /Ídem, 1995 a Bully / Ídem, 2001) o, incluso, a la corrosiva Operación Canadá (Canadian Bacon, 1995) del propio Michael Moore.

Esta historia de personajes bizarros nace con una impagable escena romántica -en el estilo solondziano del romanticismo- en la que el personaje de Andy (Jon Lovitz) deja claro sus posiciones a la pobre Joy (Jane Adams): «¡Yo soy el champán y tú eres la mierda!» le grita en un restaurante lleno de gente. Así Solondz empieza sus historias cruzadas en la figura de la joven y sensible Joy, que en la primera media hora de cinta es insultada, abandonada, acosada sexualmente por teléfono, increpada por los huelguistas, ignorada y ridiculizada por sus hermanas y, posteriormente, saqueada por un alumno suyo con el que previamente se había acostado. Nada les sale bien a los protagonistas de Happiness, que en su búsqueda negligente de la felicidad que reza el título y por la que brindan los personajes en la impagable escena final –coronada por la muerte del tamagochi del pequeño de la familia y la primera eyaculación del mayor– acaban sucumbidos a su propia soledad. Los protagonistas de Solondz no llegarían ni a la categoría de antihéroes por que no tienen ni aspiraciones ni las ilusiones del más mórbido de los villanos. Este grupo de perturbados sexuales, pedófilos, egoístas, asesinos y prepotentes son el catálogo límite de la sociedad amable de los EEUU.

Sus aparentes triunfos son rápidamente sesgados de ilusión por parte del guionista y realizador. Cuando Allen (un impresionante Phillip Seyomur Hoffman) consigue tener una cita, que no sea mediante acaso telefónica, su parteneaire, es su vecina Kristina (Camryn Manheim), una obesa asesina digna del Ferrara de Ángel de venganza (Ms. 45, 1981), y Solondz los filma en una escena de una ridiculez desbordante no exenta de ternura, primero bailando agarrados en un bar de mala muerte, luego durmiendo en la misma cama, dándose la espalda y sin que Allen se meta en la misma. De la misma forma que cuando Joy cree haber conseguido pareja, y luego se ve robada y atacada por la mujer de su amante, su hermana Helen (Lara Flynn Boyle), una escritora de éxito y sin embargo frustrada por no haber experimentado nunca una violación, cuando consigue que Allen la visite para "violarla" ella misma rechaza la opción. Las ilusiones no se consiguen nunca en los guiones de Solondz, la fea y decrépita realidad se instala en la pantalla, constatando con las aspiraciones de los inútiles son más inútiles aún que ellos mismos.

Aún así, el mejor ejemplo, está en el papel de Bill Mapplewood, al que da vida un Dylan Baker de digna nominación al óscar por su interpretación de este padre pedófilo y desquiciado, que lleva una aparente vida ejemplar junto a su prototipo de esposa presumida y mezquina, una mujer feliz en su ignorancia, creyendo haber llegado al máximo de la plenitud con su familia, mientras desprecia a su hermana Joy. Si Pedro Almodóvar consiguió hacer de una violación a una enferma de carácter vegetal un acto de amor totalmente trágico en la espléndida Hable con ella (2002), Todd Solondz hace de las violaciones de Bill a dos amigos de su hijo, dos escenas puramente cómicas. La primera esperando con ansiedad a que el joven se coma el emparedado con la droga con lo dormirá, la segunda recorriendo cómo un poseso las calles de una urbanización buscando la casa del chico al que han dejado solos sus padres. El formulismo es el mismo, aunque los medios sean diferentes. Ambos actos vistos fríamente son horroríficos, sin embargo la dulzura de Almodóvar y el sentido del humor bizarro de Solondz, tergiversan los hechos al espectador para que los recibamos como a ellos les interesa: el primero, cómo un acto de amor tan puro como desesperado, el segundo, cómo un acto asqueroso, que en su ridículo proceder, nos acaba resultando de un humor negro de irrechazable disfrute. Por poner un ejemplo, la manera en la que el realizador ilumina al joven Billy a los ojos de Bill mientras este juega a béisbol, es exactamente la que otro realizador utilizaría para poner a Meg Ryan a los ojos de Tom Hanks, es decir, que Solondz escribe con el mismo patrón una escena que roza la escatología, creando así una conexión con el espectador, que ya avisa que se han exagerado las formas, y permite con ello, la complicidad con el mismo.

Happiness es el estado de lucidez máximo al que ha llegado Solondz. Esta historia de semen que sirve como pegamento o cómo motor de diálogos marcianos entre un padre y un hijo, en el que el primero no duda en alentarle: «No temas hijo, ¡Te correrás!», está muy por encima de sus dos otros films, en especial de Storytelling, que se encuentra más cercano al Larry Clark de Bully (hasta le roba al actor Leo Fitzpatrick) que al propio universo de Bienvenido a la casa de muñecas. Toda la mala baba gastada en Happinessconvierte cualquier proyecto futuro de Solondz en una ecuación de difícil solución, pero representa un indudable reto para este realizador que se divierte deshumanizando personajes para luego pegarles dos pinceladas de felicidad, que aunque no sirvan para mucho, entre tanta fatalidad realmente despuntan. Al fin y al cabo, ni la muerte se librará de la soledad de los personajes de Solondz –cf: La escena en la que toda la oficina se empieza a preguntar si conocían al fallecido exnovio de Joy–, así que bien vale brindar por lo que sea, ya sea una nueva pareja, una nueva casa, una primera corrida. ¡Salud!

(1) Por razones que escapan a mi comprensión en la versión doblada al castellano cambiaron el significado de la última frase en el diálogo final entre el padre y el hijo. Cuando el chico le pregunta si le haría a él lo mismo que a sus amigos (violarlos), el padre responde que no, que con él "se haría una paja", mientras que en la versión doblada se limita a decir "no, contigo no podría". Un cambio bastante significativo.

Fuente: http://www.miradas.net/0204/estudios/2003/08_losnoventa/happiness.html


GALERÍA










 


TRÁILER (en inglés)




ENLACE DE INTERÉS

Para leer un texto acerca de la obra cinematográfica de Todd Solondz, pulse aquí

No hay comentarios:

Publicar un comentario