lunes, 28 de mayo de 2012

La cruda realidad. "CURSO 29". Colombia, 2005

Ficha técnica:

Género: Documental
Duración: 62 minutos
Dirección: Juan Mauricio Piñeros, Cristian Corradine
Fotografía: Juan Manuel Ortiz
Montaje: Cristian Corradine
Producción: Yo Reinaré Producciones
Productor: César Patiño
Música: 1280 Almas


Curso 29, por nuestras miradas

El próximo 29 de septiembre la Cinemateca Distrital de Bogotá someterá a juicio de los espectadores Curso 29, el largometraje documental ganador de su Convocatoria "Nuestras Miradas 2003". Los responsables son un grupo de jóvenes de la Escuela de Cine de la Universidad Nacional que reunidos en Yo Reinaré Producciones, ya han rodado más de un proyecto.

Sandra Gómez 

Unimedios

En Bogotá, una ciudad donde la labor de los bomberos es ignorada por la mayoría de sus habitantes, un grupo de jóvenes inicia el curso 029 para convertirse en bomberos profesionales.
Al principio, todos tienen una perspectiva muy diferente de la profesión, orientada hacia la posibilidad de conseguir un empleo. A medida que avanza el curso, descubren el verdadero sentido de la profesión y entienden que sus miedos y dificultades serán los principales obstáculos por superar.
Esta es la sinopsis de Curso 29, escogido por la Cinemateca Distrital como mejor proyecto para documental, por considerarlo "una idea original y una búsqueda apasionada, las cuales confluyen en una historia que pretende aprovechar los valores del drama en la cotidianidad de un curso de aspirantes a bombero profesional".
Para el equipo de realización de Curso 29, el premio al que tuvieron derecho -$15 millones-, solo fue el comienzo. Los jóvenes tuvieron que esperar cerca de ocho meses a que iniciara el nuevo curso de bomberos; el resto, dos meses de rodaje continuo con jornadas de 13 horas diarias, 46 personajes potenciales entre los que había que escoger sobre la marcha un par de historias que sirvieran como hilo conductor, un año de edición para convertir 140 horas de fuego, agua, oxigeno artificial, alturas, miedo, vértigo, cansancio, oscuridad, en 62 minutos de documental.


Yo reinaré para rodar

Sin duda, el resultado del documental está soportado en el grupo de trabajo que conforma Yo Reinaré Producciones.
"Yo Reinaré nace como un grupo de trabajo en la Escuela de Cine y Televisión de la Universidad Nacional de Colombia. Es la reunión de varios compañeros de semestre, quienes siendo esencialmente diferentes, lograron ponerse de acuerdo en el momento de trabajar en un proyecto audiovisual determinado", comenta Cristian Corradine
La realización de un trabajo, independientemente del formato, género, duración, intenciones, es una actividad muy amplia, y en ese sentido el colectivo canaliza y ayuda a desarrollar una propuesta individual en equipo, aprovechando las fortalezas de cada uno de los integrantes. Aunque todos hacen de todo, cada uno tiene su especialidad: la de Cristian es el montaje; Juan Manuel Ortiz e Iván Robles son los de la mirada fotográfica; Juan Mauricio Piñeros, la oreja; Mauricio Rico, el de los story board y el de los aportes en música; César Patiño, el productor por excelencia; María Arteaga, diseñadora gráfica, se encarga de cosas como cabezotes, afiches, promoción, diseño. Finalmente, el objetivo es potenciar al máximo la idea de alguno de los miembros buscando siempre el mejor resultado.
Con jornadas de más de doce horas diarias el equipo realizador acompañó al curso 029 durante los dos meses del rodaje
Fotografías cortesía: Yo Reinaré Producciones.
Por todo esto, no es gratis que desde su conformación, hace más de cinco años, Yo Reinaré haya rodado 14 trabajos entre argumentales, documentales, videos experimentales, cortometrajes, con muy buenos resultados; por ejemplo, B2 En el Infierno no hay bomberos obtuvo el premio del publico Sin Formato 2001, además de ser incluido en varias muestras nacionales; con Peatones en la Vía y +30-29 ganaron por mejor animación y mejor video experimental, respectivamente, en los Premios Césares Universidad de Manizales; éste último también fue seleccionado para el Festival Internacional de Cortometrajes en Sao Pablo de este año, por mencionar algunos.

Boom

Una bomba por estallar fue la excusa para entrecruzar dos historias: José, policía antiexplosivos, inmerso en una profunda crisis existencial que lo llevará a dudar del sentido de su trabajo; Carlos, un joven alienado con fantasías de poder usurpado a la fuerza. Los dos se cruzan en un momento clave de sus vidas, el fracaso de uno significa el éxito del otro.
Aprovechando el espacio del la Cinemateca, Yo Reinaré presentará otro de sus proyectos; el cortometraje argumental Boom, audiovisual que abrió el reciente Festival Toma 5inco y fue seleccionado para participar en el Festival Internacional de Cortometrajes "El Espejo". "Una historia acerca de la violencia, de las razones más profundas que la generan y que siempre se encontraran al interior de los seres humanos", concluye su guionista y director Juan Manuel Ortiz.

Así se destaca un grupo de muchachos que le apuesta al trabajo en equipo, que alimenta sus creaciones de una Bogotá del anonimato, que detrás de esa imagen del Divino Niño escogida para representarlos, ven lo popular como producto de una adaptación al medio, de la cotidianidad, del uso y el abuso que raya en la monotonía, pero que trasciende los objetos o actitudes pintorescas propias de esa ciudad que se conoce pero se evade.
Pero como siempre es el público quien dará la última palabra, el próximo 29 de septiembre cuando sean las imágenes proyectadas las que hablen por ellos.









Texto tomado de: http://historico.unperiodico.unal.edu.co/Ediciones/80/21.htm



La cruda realidad. "AGARRANDO PUEBLO". Colombia, 1977

Ficha técnica:


Género: Falso documental
Duración: 28 minutos
Dirección: Carlos Mayolo y Luis Ospina
Fotografía: Enrique Forero, Osvaldo López (blanco y negro). Eduardo Carvajal, Jacques Marchal (color)
Montaje: Luis Ospina
Producción: SATUPLE
Productores: Luis Ospina, Carlos José Mayolo
Guión:  Luis Ospina, Carlos José Mayolo
Reparto: Luis Alfonso Londoño, Ramiro Arbeláez, Eduardo Carvajal, Javier Villa, Fabián Ramírez, Astrid Orozco, Jaime Cevallos.


En un país acostumbrado a las malas noticias, Colombia, la “pornomiseria” era el género que mejor cotizaba. Desde luego jamás pidió ser clasificado con ese nombre. Por el contrario, eran películas supuestamente desencadenadas por la indignación y destinadas a fruncir la frente condescendiente de Europa. En los 70´s, junto a sus pares de Latinoamérica, el cine colombiano exhibió en las vitrinas de los festivales a sus mendigos enloquecidos, sus niños de la calle o a sus bandoleros de la cocaína. Esta larga explotación, que persiste ahora en la forma de telenovelas sobre capos de la droga o sicarios supersticiosos, se topó un día con la rotunda sacada de lengua de un corto: “Agarrando pueblo” (1977).

Hurgando en la basura el cine colombiano encontró días de prosperidad. Estimuladas por la buena recepción festivalera y con la bendición del intelectual local que las ensalzaba como “denuncia social”, miserias de todo pelaje cruzaron el Atlántico en latas de película. Su producción había sido propiciada por una ley, impuesta en 1971, llamada “del sobreprecio”: el espectador pagaba unos pesos adicionales para financiar al cine colombiano. Al amparo de este beneficio se rodaron infinidad de cortos cuya exhibición era obligatoria en todas las salas. Los cortos presentaba lugares turísticos, escenas de humor costumbrista pero, en especial, se concentraban en “retratar” la miseria cotidiana. Oportunistas con cámara mortificaron a los espectadores con productos ramplones, opacos en lo artístico y muchas veces realizados en complicidad con los exhibidores. En esta espesa maleza cinematográfica destacaron unos pocos por su autenticidad, como "Chircales" (1972), y por su eficiente sensacionalismo, como “Gamín” (1976), aplaudido en Europa. Pero en general para el público sólo significó soportar minutos de ineptitud cinematográfica nacional antes de la película gringa. El cine colombiano, con una cantidad de producción nunca antes vista pero sin controles de calidad, perdió una oportunidad de volverse industria y se desprestigio a sí mismo, corrompido por el oportunismo.

Pero por ese tiempo había también en Cali un grupo de apasionados por el cine. Andrés Caicedo, Luis Ospina y Carlos Mayolo, entre otros, veían a través del cine lo que el mundo, de inicios de los 70´s, tenía para influir sus mentes: el rock, los hippies, el boom de la literatura, el arte pop, la revolución cubana, el teatro del absurdo, el movimiento socialista, entre tantas cosas. En ese tiempo de pasiones, ellos propagaron su cinefilia fundando el Cine Club de Cali y después una revista, Ojo al Cine. Esta etapa terminó con el suicidio de Caicedo, a sus 25 años, quien desde el más allá gozaría de la fama póstuma de los escritores malditos. Mientras tanto Ospina y Mayolo, todavía desde Cali, se iniciaron en la realización de documentales y disgustados por la vocación vampírica del cine de su país, también salieron a la calle para “agarrar pueblo” es decir "engatusar".

El equipo de filmación de “¿El Futuro para Quién?” sale a las calles de Cali con sus latas de película para recolectar imágenes de existencias miserables. Se topan con un mendigo y que agite más el tarro, le piden. Acechan a una niña sentada en la acera, exasperan a una anciana, registran a una loca de la calle. ¿Qué nos falta? ¿A ver qué más de miseria hay? Nos falta un loco. ¿Sabe donde podemos encontrar a un loco?, preguntan a su taxista. Entonces encuentran a un hombre que se quema la lengua, restriega su cara y espalda con vidrio molido y se lanza a través de un aro con cuchillos oxidados. Al día siguiente deben filmar el epílogo: la reflexión del reportero luego de entrevistar a una familia paupérrima. Contratan a personas que traen sus vestuarios de “pobres” y se inmiscuyen en una casucha sin sospechar que el dueño después irrumpirá en medio del encuadre. ¡Con que agarrando pueblo! Intentarán convencerlo de dejarlos filmar ahí. Su casa ha sido elegida entre muchas otras, ¿sabía? Más del 25% de las casas de los colombianos es igual a la suya. Y si hay tantas ¡por qué esta!

El atrevimiento subversivo de “Agarrando pueblo” va lejos. No sólo es una sátira aguda contra la pseudodenuncia que sirve a un mercado internacional donde importa más mantener los esquemas imaginados del Tercer Mundo y no explicar las razones del subdesarrollo. Más interesante es que en su afán de ser insolente y contracinematográfica, al final “Agarrando pueblo” se autodestruye. No hay inocencia posible detrás de una cámara. Los modos y las formas para “captar la verdad” son puros timos. Estos modelos son puestos en evidencia a tal extremo que ni los propios autores del corto se salvan. “Agarrando pueblo” tuvo al principio una recepción ofendida entre colegas pero pronto le llegó el turno de ser premiada en festivales, a su pesar tal vez.


Texto tomado de: http://www.tetonadefellini.com/2008/10/agarrando-pueblo.html




Para leer una entrevista realizada a Luis Ospina, clic aquí

lunes, 21 de mayo de 2012

Nuevo cine argentino. "UN CUENTO CHINO". Argentina/ España, 2011

Ficha técnica: 


Dirección: Sebastián Borensztein
Duración: 93 min.
Género: Comedia
Reparto: Ricardo Darín, Muriel Santa Ana, Ignacio Huang, Javier Pinto
Web: www.uncuentochino.com.ar
Productora: Tornasol Films, Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA), Castafiore Films, Royal Cinema Group, Aliwood Mediterráneo Producciones, Gloriamundi Films, Pampa Film
Dirección: Sebastián Borensztein
Dirección artística: Laura Musso
Fotografía: Rolo Pulpeiro
Guión: Sebastián Borensztein
Montaje: Fernando Pardo, Pablo Barbieri Carrera
Música: Lucio Godoy

Lo universal y la vaca
Por Paula De Giacomi

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La película “Un cuento chino” (de Sebastián Borensztein) habla sobre un “universal”, que a pesar de las diferencias culturales, idiomáticas y geográficas, se mantiene. Y a su vez, también trata sobre “objetos” que cambian su significado según el contexto en el que aparecen.
La escena de los créditos nos muestra una pareja hablando en un lago, en algún lugar de China. El director eligió no traducir el diálogo entre ellos, con lo cuál nosotros (como espectadores) quedamos “por fuera” de la situación, simplemente por no conocer el idioma chino. Pero al mismo tiempo, podemos entender qué es lo que sucede, porque hay ciertos “símbolos” que son universales como por ejemplo: los anillos de compromiso, las miradas, las sonrisas, que nos hacen poder comprender de alguna manera lo que sucede entre estas dos personas.
Esto mismo se mantiene a lo largo de toda la película, ya que sino sería imposible que se desarrolle la relación entre Roberto y Jun durante ésta. Ellos no se entienden a través del idioma, sino a través de gestos, sensaciones, posturas corporales, dibujos, o cualquier actitud humana que no tenga que ver con las palabras. Es ese “universal” que a pesar de haber nacido a miles de kilómetros de distancia, los une. Por otro lado, la vaca, sería ese “objeto” que cambia según las circunstancias y que marca la vida de cada uno de los personajes.
Por un lado la vaca de Jun divide, separa (literal y simbólicamente). La vaca de Roberto, une. Es a través del dibujo que hace Jun en la pared del patio de Roberto, que se desencadena el movimiento en su (pasiva y rutinaria) vida. En ese dibujo esta contenido toda la historia de Jun. Es entonces cuando Roberto, que ya venía “enterrando” su pasado y tirándole tierra encima, como si el container de la basura fuera una tumba (así lo muestra la cámara desde abajo) puede, por primera vez, ir dejando su pasado atrás (aunque sin despegarse completamente de él, claro) para dirigirse hacia “adelante”, hacia el futuro (lo vemos “manejar” en la ruta, así como comienza a tomar el “volante” de su vida).
Y es acá donde Mari aparece con su vaca, ese animal que es una parte cotidiana de su vida, esta vaca que aparece en fotos como si fuera un familiar o amigo muy querido (hasta con nombre propio) que personifica su vida de leche y campo.La vaca, en cualquiera de sus formas, a nosotros también nos mira y la vemos al igual que Roberto, apuntando sus expresivos ojos en nosotros mientras la cámara se va acercando lentamente y queda fija unos segundos en su mirada, esa mirada que a cada uno de nosotros (estemos donde estemos) nos remite a un lugar subjetivo y diferente.
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Así, en los créditos finales, aparece por debajo de las letras la traducción de los nombres escritos en chino, como una manera “integradora” de concluir el proceso que se da en el film, y donde ahora sí podemos comprender los signos en tu totalidad (porque ahora ya nos posicionamos en un lugar diferente que cuando comenzaba la película).
Porque además nos damos cuenta que hay cosas inherentes al ser humano que todos compartimos: la soledad, el deseo, la muerte, la esperanza y que no hacen falta signos para decodificar unos ojos llenos de lágrimas, un abrazo, un apretón de manos, un golpe en la espalda, o un ceño fruncido. Porque cada uno tendrá su “propia vaca”, pero ahora nos mira fijo y le entendemos.

Texto tomado de: http://elcineenlamirada.over-blog.com/article-analisis-de-la-pelicula-un-cuento-chino-borensztein-2011-81122287.html


Para acceder a un artículo sobre la película publicado en la revista Nóumeno, hacer clic aquí

    lunes, 14 de mayo de 2012

    Nuevo cine argentino. "MUNDO GRÚA". Argentina, 1999

    Ficha técnica:
    Duración: 82 minutos
    Dirección y guión: Pablo Trapero 
    Producción: Lita Stantic y Pablo Trapero 
    Asistente de Dirección: Ana Katz
    Fotografía y cámara: Cobi Migliora
    Dirección de arte: Andrés Tambornino Montaje: Nicolás Goldbart
    Sonido: Catriel Vildosola y Federico Esquerro.

    Intérpretes: Luis Margani (Rulo), Adriana Aizemberg (Adriana), Daniel Valenzuela (Torres), Roly Serrano (Walter), Graciana Chironi (Madre de Rulo), Federico Esquerro (Claudio, el hijo del Rulo),  Alfonso Rementería (Sartori). 


    Ir tirando
    "Mundo grúa" es, en cierta forma, cine militante. Si, es cierto, eso de cine militante suena a revolucionarios con una cámara super 8 empuñada como si fuera un Kalashnikoff y la verdad es que es una denominación más cercana a la legendaria refriega del 68 que a las modernas y elitistas escuelas de cine. Lo de cine militante, además de las connotaciones bélicas que sugiere,  parece un poco fuera de onda y queda como termino más apropiado para referirse a "La Chinoise" de Goddard  que a nada que se haga en la actualidad. Hacer cine (y, sobre todo, lograr exhibirlo) resulta tan caro que uno no se la puede jugar con protestas, mensajes subversivos ni denuncias; el cine de ahora es para consumo puro y duro ya sea de orden espiritual o simplemente visceral acompañado de un buen puñado de palomitas.
    El caso es que, de vez en cuando, uno tropieza por esas pantallas de Dios con lo mas parecido a ese cine de combate al que aludía aunque ahora las motivaciones estén mas diluidas y las consignas ya no se griten con tanta fuerza. "Mundo grúa" es de esa clase de cine. Es una película difícil de ver, no porque sus imágenes sean hirientes, ni su argumento hermético, ni su puesta en escena ultravanguardista. No es nada de eso. Lo que pasa es que estamos tan acostumbrados a saber discernir realidad de ficción, a diferenciar vida cotidiana y cine que cuando nos ponen delante de las narices un trozo de verdad pues como que lo olisqueamos sin prestarle demasiada atención porque, seamos sinceros, ¿Quién quiere comprase un espejo en lugar de una televisión? ¿Quién prefiere ver sus miserias cotidianas a contemplar un rectángulo lúdico iluminado por un proyector? ¿Alguien realmente desea asomarse al abismo y que éste le devuelva la mirada?. Pues no y ese el problema de "Mundo grúa" que de puro real resulta, por momentos, poco interesante.




    Pablo Trapero, su director, no aporta tesis y el mensaje lo ha de poner el espectador y, a estas alturas, eso no es que sea pedir demasiado es que, simplemente, difiere de la finalidad propia del cine. La realidad filmada esta ahí, ante los ojos de su director y de todo aquel que acuda a la sala, pero el cine exige ver la mirada de otro, el cine no es simplemente una cámara sino la mirada de un director tras esa cámara, el buen cine exige una postura,  una actitud y una militancia que Trapero elude.
    Eso de filmar un trozo de la vida de alguien no ya como si de un documental se tratase sino como si fuera  un trozo del mismo, sin principio ni fin, no es plato de gusto para todo el público. "Mundo grúa" es una película hasta cierto punto interesante (pero malograda) sobre la juventud perdida, sobre mendigar una dignidad, sobre la agonía lenta e irreversible de todo ser humano pero también es el retrato intermitente de una generación de argentinos que pasó su juventud en dictadura, una generación desubicada y para ilustrala se nos muestra la biografía de un aspirante a nada, de un eterno quiero y no puedo. Trapero filma en un estilo naturalista con un blanco y negro sucio pobremente iluminado y con un sonido roto que responde al deseo semidocumental del film y a las carencias económicas de la producción.



    En definitiva, una pelicula que no es para todos los gustos pero que guarda indudables atractivos en un mundo audiovisual dominado por la estupidez, los falsos sentimientos y el presupuesto desorbitado. La modestia es aquí una virtud y tras ver la película sólo cabe seguir tirando, quemar vida y que Dios, Evita y Carlitos Gardel repartan suerte.

    ISMAEL ALONSO






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    domingo, 6 de mayo de 2012

    Nuevo cine argentino. "PIZZA, BIRRA, FASO". Argentina, 1997

    Ficha técnica:
    Guión y dirección: Bruno Stagnaro & Adrián Caetano
    Producción: Bruno Stagnaro
    Dirección de fotografía: Marcelo Lavintman
    Dirección de arte: Sebastián Roses
    Dirección de sonido: Martin Grignaschi
    Música: Leo Sujatovic
    Montaje: Andrés Tamborino
    Duración: 92′ (min.)
    Reparto: Héctor Anglada (Cordobés); Jorge Sesan (Pablo); Pamela Jordan (Sandra); Walter Díaz (Frula), Alejandro Pous (Megabom); Adrián Yospe (Rubén); Daniel Dibiase (Trompa);Elena Canepa (Vieja); Tony Lestingi (Pasajero); Rubén Rodríguez (Rengo); Martín Adjemian(Taxista).





    LA LEY DE LA CALLE
     | por Santiago García

    Otro nuevo cine argentino

    Desde la caída de los estudios allá por los 50 hasta esta nueva generación el término “Nuevo cine argentino” se ha repetido infinidad de veces. La poca memoria de los críticos y la claridad de dicho nombre, han permitido que en esta última década se lo reutilizara. En enero de 1998 se estrenó en las pantallas locales Pizza, birra, faso y, para los parámetros que se manejan dentro del cine independiente, se conviertió en un interesante éxito de taquilla. La crítica fue unánime y el film fue justamente apreciado en el público. Sin embargo, luego no pasaría lo mismo con los demás films de esta nueva generación. El misterio de esta aceptación se encuentra en que la renovación que suponía el film no entraba en contradicción –necesariamente– con el hecho de contar una buena historia, pues la contaba. Pizza, birra, faso es el relato de la historia de un grupo de ladrones de poco vuelo, más muertos de hambre que otra cosa, que sobreviven a costa de cometer pequeños robos, algunos de ellos, incluso fallidos, y que sueñan siempre con ir un poco más allá. Como en todo film de ladrones que buscan salvarse con un robo, el robo en cuestión terminará convirtiéndose en la tragedia inevitable de la cual los protagonistas no podrán escapar. Estos trágicos marginales nos recuerdan tanto a la tradición del policial clásico como a los marginados que retrata Leonardo Favio en su cine, así como también a Los olvidados de Luis Buñuel. El romanticismo que los directores encuentran en este universo es uno de los mayores intereses que presenta la película.



    Crónicas de la calle

    Pizza, birra, faso no representa la primera incursión que el cine argentino hacía en salir la calle, de hecho siempre ha sido muy común que nuestros films tuvieran escenas rodadas en exteriores. La novedad, aquello que marcó su rasgo distintivo está en la autenticidad de los personajes y de las situaciones. En la forma en que transitan por la ciudad, en la manera en cómo hablan y como actúan. Los actores del film son sin duda uno de los elementos más renovadores y aquello que produjo mayor interés. Alejados de la retórica tradicional del cine argentino de las anteriores dos décadas, los actores aquí hablan como personajes de la calle y se ven como personajes de la calle. La película no especula con la corrección política ni posee paternalismo alguno o bajada de línea. Esta forma de encarar los temas también implica algo nuevo para el cine argentino. Podemos afirmar que la escena en que los lúmpenes asaltan al guitarrista sin piernas en la calle Florida es casi una declaración de principios. Y nuevamente sobrevuela, no sólo la marginación de los personajes de Buñuel, sino también sus ideas sobre el mundo. Así como tampoco se emiten juicios de valor respecto de los delincuentes, ni del policía corrupto, ni de la mujer asaltada a quien pese a que tratan bien, termina provocando que los capturen. No hay líneas divisorias entre buenos ni malos en el film, aunque los dos protagonistas tienen claramente escrito su destino de fatalidad en la frente.



    Héroes olvidados

    A la efectividad narrativa, los nuevos actores y la lucidez ideológica que Pizza, birra, faso posee, hay que agregarle un ingrediente extra: el heroísmo romántico de estos personajes. Hacia el final del film, los cuatro protagonistas que van a robar el boliche muestran su coraje y entrega por los demás en un final con un grado de emotividad pocas veces logrado en el “Nuevo cine argentino”. El más torpe de los cuatro, se enfrenta a golpes con un policía para salvar a sus compañeros, otro muere junto al auto y se despide sólo con una simple mirada. Los personajes de Pablo y el Cordobés huyen, entonces, para llegar a tiempo al puerto, encontrarse con la novia del Cordobés embarazada de éste, y juntos tomar el alíscafo que les garantizaría la libertad. Una vez allí, Pablo se queda resistiendo a la policía detrás de su auto como un cowboy que pone su carreta para resistir un ataque indio. El Cordobés, herido de muerte, le entrega el dinero a su novia y es ella, con su bebé, quien logra escapar –aunque no ha sido cómplice del robo ni sabía lo que pasaba. La cámara ubicada en el alíscafo se aleja mientras vemos cómo la policía advierte la muerte del Cordobés, y por el radio se informa que el otro ladrón también ha muerto. Los únicos sobrevivientes son la joven y su hijo por nacer, los únicos con un futuro posible. Esta condición de únicos sobrevivientes no era ignorada por los protagonistas, y por ello se van sacrificando de a poco, para conseguir que los otros se salven. La generosidad de estos marginales y su tragedia es la prueba más fuerte de que un nuevo cine estaba naciendo en nuestro país. Un cine que tomaba lo mejor del cine clásico y lo mejor del cine moderno. 


    Texto tomado de: http://www.leercine.com.ar/nota.asp?id=34






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