Transcibimos un artículo de Liliana Sáez acerca del documental "Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos", dirigido por Luis Ospina, que el Cineclub "Ocho y 1/2" presentará este 29 de septiembre, a las 3 p.m., con motivo de los 60 años que habría cumplido Andrés Caicedo, de estar vivo.
Sobredosis de Caicedo
Mi obsesión por Andrés Caicedo surgió cuando vi un documental filmado por Luis Ospina, un entrañable homenaje a ese amigo que sintió que ya lo había vivido todo a los 25 años.
Desde entonces, atesoro "¡Que viva la música!", su único libro publicado en vida. Sus amigos han seguido editando sus escritos, sus cuentos, sus artículos. Andrés no sólo fue escritor (de guión para cine, de literatura, de críticas cinematográficas), sino que fue un CINÉFILO con mayúsculas. Era amante de los vampiros y mantenía una relación de amor-odio con su ciudad natal, Cali, a quien le dio su primer cineclub y su primera revista de cine.
Aquí, la crítica que escribí luego de ver la película que me presentó a un Andrés fascinante.
Andrés Caicedo. Unos pocos buenos amigos
Si Andrés Caicedo viviera llevaría sus cuarenta años con la dignidad que confieren un puñado de canas y la tranquilidad de tener tras de sí una eficiente tarea realizada. Pero este caleño, nacido en 1951, puso fin a sus días en 1975, llevándose su sonrisa angelical, sus pequeños ojos escondidos tras las gafas y su tímido tartamudeo. Sin embargo, nos dejó un sin fin de escritos talentosos, sensibles, subversivos.
En Cali sólo conocen a Andrés Caicedo sus amigos, entre los que se cuenta Luis Ospina, realizador de "Andrés Caicedo: Unos pocos buenos amigos", título inspirado en un fragmento de la novela de Andrés "¡Que viva la música!".
Que nadie sepa tu nombre
y que nadie amparo te dé.
Si dejas obra,
muere tranquilo,
confiando en unos pocos
buenos amigos.
Ospina enfrenta este docudrama, como él mismo lo define, a través de doce capítulos que recogen testimonios de sus amigos, fotografías y una cantidad de material audiovisual que enriquece la obra hasta el punto de no saber a qué se debe el éxito logrado en la transformación del espectador, si a la efectividad de la película o a la avasalladora personalidad del homenajeado.
De cualquier manera, quien vea "Andrés Caicedo: Unos pocos buenos amigos" accede a este increíble escritor, crítico y realizador cinematográfico, a través del cariño añejado de Luis Ospina, quien compartió con Andrés buenos momentos de juventud.
Una entrevista inicial nos hace sentir culpables de no conocer la figura de Andrés Caicedo. En Cali, nadie sabe quién es. Sin embargo, I. FELICES AMISTADES, nos presenta a sus pocos-pero-buenos-amigos: Alfonso Echeverri, Carlos Pineda, José A. Moreno, quienes, junto al testimonio de Carlos Caicedo (el padre de Andrés) nos narran sus recuerdos que llevan prendida la niñez de Andrés. Amaba jugar fútbol, odiaba las fiestas, era torpe...
II. RECIBIENDO AL NUEVO ALUMNO nos presenta a Germán Cuervo, Miguel González, Jaime Acosta, Enrique Buenaventura, quienes recuerdan a Caicedo como el primero que les hablara del "boom latinoamericano", allá, por 1964. Su descubrimiento del teatro y su ingreso al Teatro Experimental de Cali, como actor y, luego, ocupando un espacio para lanzarse a un sueño que vivirá con los ojos abiertos durante sus últimos años: la dirección de un cineclub (el primero de Cali).
III. ANGELITA Y MIGUEL ANGEL es el título del guión de Andrés que comenzó a rodar junto a Carlos Mayolo en 1971. Ospina lleva a cabo, junto a Jaime Acosta, Pilar Villamizar y Fabián Ramírez la reconstrucción de este film "perdido". Los testimonios señalan que las discusiones sobre el final, que surgieron entre Caicedo y Mayolo, fueron la principal causa de su aborto.
Ospina ofrece un doble juego: imágenes recuperadas del film y diálogos leídos desde el libreto, por los personajes, nueve años después. Seres que viven en un encierro, en la oscuridad, son enfrentados a un conflicto exterior. Se trata de la primera película de ficción que llevan a cabo los jóvenes de esa generación, quienes, cansados del documental, buscan vías nuevas para la creación.
IV. CALICALABOZO. Imágenes de Cali, música tropical y palabras de Caicedo:
Maldita sea, Cali es una
ciudad que espera,
pero no le abre las puertas a
los desesperados.
La letra de una vieja máquina sigue definiendo al calabozo: "Odio a Cali, una ciudad con unos habitantes que caminan y caminan... y piensan en todo, y no saben si son felices...", dibujando a la ciudad que cobijó a este querido hijo desconocido.
Andrés vivía con el horror por dentro, sentía pasión por el miedo, sufría, era vulnerable... Testimonios que Ospina sólo puede reflejar a través de sus conocidos, de sus escritos, de la música, de la imagen. La violencia vivida en el valle del Cauca permite esa fascinación por el horror que tan bien interpretó Caicedo y que es común a toda su generación.
V. MEMORIAS DE UNA CINESÍFILIS: Ciudad Solar fue el bastión de este grupo de jóvenes que compartía con Andrés el amor por el cine y la fotografía. Especie de comuna, cedida a Hernando Guerrero, la casona se mantenía con el producto de las entradas del cineclub que Andrés, gentilmente, cedía. Allí iniciaron sus carreras Miguel Gonzáles, Oscar Muñoz, Fernel Franco, Carlos Mayolo...
VI. OJO AL CINE: Clarisol, Guillermo Lemos y Carlos Tifiño, entre 12 y 15 años. Jóvenes que concurrieron por curiosidad al Cineclub de Cali y se prendaron del amor al cine que sentía Andrés, iniciando el riguroso rito semanal que era adentrarse en el estómago oscuro de la sala para después gastarse las horas hablando de lo que habían visto, absorbiendo las enseñanzas de Andrés, estrechando lazos, a pesar de la diferencia de edades. Así descubrieron la admiración que Caicedo sentía por Jerry Lewis, tan pasado de moda para ellos. Allí hicieron suyas las palabras inteligentes y reflexivas de Andrés:
"En los años 60, Jerry Lewis era la figura que regulaba nuestra impedida adolescencia y cuando malcrecimos, vinimos a comprobar que su torpeza no sólo era la nuestra, sino que la había inventado para que nosotros la copiáramos y nos justificáramos en su genio. La torpeza deviene de la conciencia de ser observado y ésta de concederle una importancia exagerada a las personas y al mundo que habitamos. Nos creemos mucho menos perfectos de lo que somos y esto es lo que nos atemoriza y nos impele a romper el jarrón en la mitad de la visita.
Creemos, entonces, que estamos destinados a la falta de afecto, de reconocimiento y quisiéramos, no que la tierra nos tragara, sino convertirnos en otro, en aquel que sepa aprovechar la mínima parte correcta de nuestra naturaleza" (tomado de "El genio de Jerry Lewis").
Entre 1974 y 1976 circula en Cali la revista Ojo al cine, que dirige Caicedo:
"...dedicada al cinéfilo desprevenido, de claro aire lewisiano, pero amparado por el cineclub sincero. Y si logra ir en contra de la fofería, de los realistas socialistas y de las momias de la cultura, nuestra conciencia es la cultura en pasta" (Ojo al cine Nro. 3-4, pág. 6), testimonio de la labor reflexiva que en torno al cine llevaba Caicedo. Sus críticas, valientes, desmitificadoras, apasionadas, colman las expectativas del lector.
VII. LOS OSCUROS DESAHOGOS. Andrés es enfrentado por Ospina a los testimonios de sus amigos. ¿Solo, incomprendido, celoso, posesivo? Un apasionado por el cine, por la literatura, sus nervios estaban totalmente expuestos a emociones y sensaciones. Atormentado. Vulnerable. Humano...
VIII. EL ATRAVESADO. Guión de Caicedo. Versión de Julio Ardila. La violencia de los 70, la presencia de la música, de la droga, en fin, una generación que vio crecer y morir a uno de sus máximos representantes.
IX. STREETFIGHTING MAN. La ideología de Andrés. ¿Lo tentó la izquierda? Caicedo quería cambiar al mundo, sin embargo, no se alistó bajo ninguna bandera: "No te detengas ante ningún reto y no pases a formar parte de ningún gremio. Que nunca te puedan definir ni encasillar" ("¡Que viva la música!").
X. EL TIEMPO DE LA CIÉNAGA. Ospina se da cuenta de que los testimonios escritos por la letra nerviosa de Caicedo pesan más que las frases de sus amigos:
"La muerte debe ser la primera consecuencia de la felicidad de la realización. Necesito mi muerte, pero soy demasiado infeliz para morir. Necesito la muerte, necesito la nada".
XI. QUE VIVA LA MÚSICA. Título de la novela que marcó su cita con la muerte. En ella enfrenta al rock, representante de la burguesía, de la penetración cultural norteña con la salsa, símbolo de vida, renovación y autenticidad.
"...escribir, aunque mal, aunque lo que escriba no sirva para nada que sí sirve para salir de este infierno (ja, ja) por el que voy bajando, que sea la razón verdadera por la que he existido..." (Carta de Andrés Caicedo a Carlos Mayolo, 1972).
XII. LA PIEL DEL OTRO HÉROE. Sandro Romero y Luis Ospina encontraron y recopilaron una enorme cantidad de escritos de Andrés y piensan publicarlos ("Destinitos fatales" y "Angelitos empantanados" serán el resultado parcial de ese hallazgo). Su cariño y admiración por el amigo continúa manifestándose día a día y no sólo con palabras.
Mi fascinación por el personaje de Andrés Caicedo, provocada por Luis Ospina, es total, hasta el punto de haber contado casi toda la película. Faltan imágenes, gestos, palabras, sonidos, recuerdos, escritos, que no caben en el papel y que se resumen en no más de setenta minutos de la afectiva obra de Ospina.
A pesar de haber accedido, en parte, a la obra de un ser admirable, inteligente, querible, entrañable, se suspende en la admiración, en esa fascinación a la que me refería, un desconsuelo. Ospina logra, con las frases de los amigos de Andrés, establecer una coincidencia: todos lo admiraban, pero pareciera ser que ninguno se lo hizo saber. Hombres y mujeres recuerdan su juventud con nostalgia, con sonrisas, a veces, pero también con un reconocimiento: nueve años después de la muerte de Andrés Caicedo, logran percibir la dimensión de su amistad. Y el espectador tiene la certeza de que se han quedado con palabras y cariños por expresar.
El film-homenaje de Luis Ospina logra lo que se ha propuesto: enviar un póstumo cariño al amigo ido y dar a conocer una etapa de la vida de este talentoso joven, que a los veintiseis años, cuando publicaba su primera novela, cuando estaba en la cumbre de su desarrollo intelectual, quiso huir de este mundo, quizás, como dice Mayolo, "para morir con las ideas vigentes".
Liliana Sáez
Publicada en Encuadre Nro. 35, Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, marzo-abril 1992.
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